Comentario
Acabada la Primera Guerra Mundial se hizo realidad la disgregación de un Estado que venía cuajando y madurando con el apoyo y con la amenaza de las minorías nacionales. Eso justifica la tesis usualmente admitida de que el Gobierno de Austria-Hungría quisiera la guerra y viera en ella, y más aún en la victoria, "ex ante" casi segura, la reafirmación del Estado y el fin de cualquier amago disgregador.
La derrota, sin embargo, alentó el movimiento de las nacionalidades, y la protesta de las minorías fue, a partir del principio de la "libre determinación de los pueblos", más fuerte y eficaz que cualquier otra consideración política o estratégica. Así hicieron saltar, según Renouvin, "el marco de la monarquía", para entrar en su proceso de liquidación; proceso de difícil solvencia, pese a las tesis de la autodeterminación y del plebiscito como instrumento de la misma.
Con la minoría alemana pudo formarse el nuevo "Estado austriaco"; un Estado ciertamente pequeño, de 84.000 kilómetros cuadrados, poblado por seis millones y medio de habitantes muy desigualmente repartidos y con grandes dificultades para el abastecimiento.
Pero lo peor para Europa no era esto, sino la fragmentación territorial y sus consecuencias económicas y políticas, junto con el peligro de una incorporación de Austria al Reich alemán, pese a la prohibición contenida en los tratados de Versalles y Saint Germain.
El fundamental y más profundo y difícil problema fue la preocupación por el Anschluss. Nacerá desde el primer momento, se recrudecerá ante la formación de la Pequeña Entente, y se mantendrá encendida, pese a las negativas italiana y francesa, cuando, a partir de 1926, el presidente de la República austriaca, su Gobierno y la misma opinión pública la estimen vital para el mantenimiento y perfección de su independencia.
La trascendencia del colapso económico consecuente con la guerra, la reducción del Estado a un territorio pequeño y la concentración de habitantes en Viena -unos dos millones- hicieron de esta ciudad el centro de una penuria total.
La gran ciudad quedaba aislada en el extremo oriental del territorio; y, aunque continuaba siendo, aparte de cabeza de la nueva República, la capital de la Banca de Europa Central y de los Balcanes, comenzó a sufrir las consecuencias de un proteccionismo económico atroz: se vio casi yugulada con el nacimiento de las barreras aduaneras de magiares, checos y polacos, que trataban de proteger sus propias industrias.
En Viena, pues, el principal de los nueve Länder de la nueva República federal y socialista, se concentraban industria y pobreza, y entre ambas actuaban el Partido Socialista, por una parte, que controlaba el municipio vienés y optaba por una política social abierta a las necesidades obreras, y el partido socialcristiano por otra, apoyado en los pequeños comerciantes y en el amplio estrato del campesinado predominante en los restantes ocho Länder.
En medio de todo, y como base y espoleta a la vez, actuaba la indignación del nacionalismo germano por la prohibición aliada a una integración alemana total, al Anschluss, y por la también funesta degradación de otros muchos alemanes de Europa central reducidos a simples minorías dentro de otros Estados, básicamente en Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia y, algo menos, en Polonia.
Todo este complejo, turbio y no siempre bien entendido ambiente de derrota, bancarrota, dependencia, disconformidad y sentimiento nacional herido, predominante en las ciudades austriacas y en el mundo universitario, se mantuvo más o menos larvado, aflorando al hilo de acontecimientos no siempre concordes con su importancia.
Un atentado, cometido en 1924, obligó a monseñor Seipel a presentar su dimisión. Dio paso a un Ministerio presidido por Ramek, de igual carácter que el anterior, que logró completar la Constitución de 1920 con un mayor apoyo de los socialdemócratas y con el ofrecimiento de mayores facultades a las provincias.
De inmediato pareció otearse una mejora económica; pero la quiebra del Banco Central de las Cajas de Ahorros alemanas, evitada al final y a duras penas por el Ministerio de Finanzas, arrojó sombras sobre el partido socialcristiano, y dio motivos para la continuación de una lucha interna ya endémica entre socialistas, pangermanos y católicos. Algo parecido ocurrió al Banco de Ahorros Postal; y dio lugar en 1926 a la caída del Gobierno y a la vuelta a la presidencia del Consejo de monseñor Seipel.
Las elecciones de abril de 1927 permitieron un incremento del voto socialista; pero los católicos continuaron teniendo mayoría. Esto provocó, quizá como respuesta a los disturbios derechistas del mes de enero, una fuerte agitación socialista que culminó en la revolución vienesa del día 15 de julio, promovida por las fuerzas obreras, pero secundada e inflamada por perturbadores, según el sentir de la prensa, que atacaron e hicieron retroceder a la policía, e incendiaron el Palacio de Justicia y muy especialmente los archivos y registros de la propiedad.
Pese a la resistencia del burgomaestre de Viena al empleo de la fuerza, el prefecto de policía de la ciudad, Schober -que ya había actuado en el crítico ministerio de 1921-, armó a los agentes con ametralladoras, y restableció el orden con el saldo de 85 personas muertas y más de 800 heridas.
Aunque esto trajo la declaración de huelga general por parte de los socialdemócratas, el Gobierno pudo mantenerse fuerte gracias al apoyo de la opinión pública, que vivía indignada por los abusos callejeros.
A pesar de la ayuda internacional, de la preocupación de la Sociedad de Naciones por colaborar a la reafirmación de la libertad en la nueva República y de la acción enérgica de los Gobiernos (y de monseñor Seipel sobre todo), las luchas de partidos impedían todo progreso serio en la consolidación del país.
A los ya conocidos y señalados conflictos se unió la actitud combativa de los grupos fascistas, las heimwehren (Defensas de la Patria), que estuvieron a punto de provocar otro choque armado en otoño, evitado gracias a la presencia de tropas del Ejército. El año 1928 fue especialmente grave en esta lucha por la consolidación de la República, tan unida a la búsqueda de una solución alemana conjunta. En febrero los diputados católicos del Tirol austriaco pretendieron luchar contra la conducta antialemana del Gobierno italiano en el Norte del Tirol, perteneciente a Italia.
Aquí había sido suprimida toda libertad de prensa y se impedía el uso de la lengua alemana. Aunque la postura del Gobierno de monseñor Seipel fue descrita al manifestar que nada podía hacerse, el Gobierno de Mussolini llegó a retirar al embajador de Viena.
El día 25 de marzo el arzobispo de Viena comunicó que ni siquiera el Papa había logrado nada positivo, ni siquiera que los niños fuesen catequizados en su lengua materna. Entonces se sucedieron manifestaciones antiitalianas en el Tirol austriaco, cuya repercusión más inmediata fue la dureza italiana con los tiroleses.
En julio se quiso aprovechar el centenario de Schubert, que se celebraba en Viena, para una gran manifestación en favor del Anschluss, a pesar de que en Francia, Checoslovaquia e Italia fue interpretado desfavorablemente.
Poco después las heimwehren declararon que llevarían 40.000 hombres en una gran marcha hasta la localidad industrial de Wiener-Neustadt, a cincuenta kilómetros de Viena; y los socialistas se prestaron a llevar una suma aún mayor igualmente armada de manera ilegal.
El Gobierno de Seipel permitió ambas manifestaciones; pero envió a su vez 12.000 soldados armados, formó una barrera de alambre espinoso, y no se llegó a ningún percance sangriento gracias a una copiosa lluvia que evitó el conflicto y sus consecuencias.
En diciembre de 1928, cuando la paz interna se veía dificultada por los conflictos partidistas y las peculiares formas de entender la unidad con Alemania, siempre temida y prohibida, fue necesario el nombramiento de un nuevo presidente de la República.
Los pangermanistas votaron a Schober, el jefe de policía que había reprimido los desórdenes de 1927; los socialistas se abstuvieron; y los católicos vieron triunfar a su candidato, el católico Guillermo Miklas como presidente. Se aseguraba, pues, la permanencia de la inestabilidad.
Aunque desde el año 1922 el Gobierno austriaco prometía conservar la independencia del Estado si contaba con la ayuda económica exterior suficiente para hacer viable la República, los diversos Ministerios y el mismo presidente no perdieron la ocasión de afirmar a lo largo de estos años, y más en el período 1926-1928, con apoyo en la opinión pública del país, que Austria no era viable desde el punto de vista económico y que la única salida eficaz y permanente era la Unión, el Anschluss.
En 1925 Mussolini había dicho que no toleraría jamás el Anschluss; y en diciembre de 1928 A. Briand señalaba a Stresemann que la incorporación de Austria a Alemania no sería posible a causa del voto negativo de Francia en el Consejo de la Sociedad de Naciones; para añadir a continuación, según Renouvin, que si Alemania lo intentaba por la fuerza, significaría, sin ninguna duda, la guerra.
En menos de diez años, la crisis que había prendido en Wall Street, en el otoño de 1929, se contagió a toda la economía mundial y se aceleró especialmente en Europa central, y muy concretamente en Austria y Alemania. Los americanos habían invertido capitales muy importantes en la industria de estos dos países. Berlín y Viena eran, pues, las primeras etapas de la crisis financiera que provocó el golpe decisivo a la prosperidad europea posbélica.
Viena es, ciertamente, la plaza más frágil. La situación de las finanzas públicas era muy precaria, la organización bancaria bastante débil, y el Estado carecía de un espacio económico viable. En octubre de 1929, antes aún del crac de Wall Street, un gran banco vienés, el Boden Kredit Anstalt, amenazó quiebra a consecuencia de una política imprudente de préstamos a la industria financiada con depósitos a corto plazo de origen extranjero. Pudo ser evitada gracias a la colaboración del potente Osterreichische Kredit Anstalt, de la rama austriaca de los Rothschild.
Sin embargo, por falta de prudencia o por exceso de desconfianza, una iniciativa, o mejor, tentativa, de unión aduanera austro-alemana, en la primavera de 1931, destinada, según los financieros austriacos, a poner fin a las dificultades económicas, provocó su potenciación y empeoramiento. Generó una inquietud internacional y una retirada masiva de capitales extranjeros invertidos en Austria.
Al parecer, presiones francesas provocaron el colapso del Kredit Anstalt en mayo de 1931. Los franceses creyeron que la unión aduanera propuesta era una forma de cubrir la unión política y de resucitar la idea de la Mitteleuropa.
Como ya es juicio común, la quiebra del mayor banco de Viena fue el inicio de un torrente de catástrofes financieras que repercutieron en toda Europa central y llegaron a provocar la suspensión de los pagos del descuento privado de la banca alemana y la posterior caída del Darrnstädter Bank a mediados de julio. A partir de ahora se sucederá una crisis bancaria general: el Gobierno alemán deberá cerrar por dos días los bancos, suspender los pagos internos y exteriores y congelar los depósitos extranjeros.
Los capitalistas americanos trataban de evadir la amenaza lanzando al mercado los valores alemanes que todavía conservaban. Los negocios se paralizaron y las industrias experimentaron dificultades imposibles de subsanarse pese a la moratoria concedida por Hoover.
La crisis se extendió en Austria, Alemania, Rumania, Hungría y Gran Bretaña. "La propaganda de Hitler -afirma Wiskemann- explotó la situación al máximo".
A pesar de la crisis económica y de sus consecuencias en la organización social de la República, que supuso la caída de los precios agrícolas y el incremento del desempleo en las ciudades, y en Viena sobre todo, los años 29 y 30 se vieron marcados por un recrudecimiento de relaciones entre fascistas y socialistas. Aquellos, apoyados abiertamente por el Gobierno ahora presidido por Streeruwitz, que había sustituido a Seipel en el mes de abril.
El antisocialismo del nuevo presidente, pese a su moderantismo personal, era claro. En Viena se sucedieron desfiles de miles de fascistas y de socialistas; el príncipe Starhemberg escondía en su castillo armas y municiones que no eran requisadas por la policía; en Sankt-Lorenzen quisieron dos mil fascistas disolver un mitin socialista, y los agredidos, que iban armados, se defendieron a tiros. En la refriega murieron cinco personas.
A fines de 1929, tras la consiguiente crisis de Gobierno, que desembocó en una reforma de la Constitución para incrementar el poder del presidente de la República, se confió el Gobierno a Schober, con la esperanza de que fuese el verdadero salvador del país. Pero el problema del desarme de los partidos continuó sin resolverse, poniendo en peligro el porvenir de la nación.
A lo largo de 1930 se sucedieron las acostumbradas colisiones entre socialistas y fascistas. En el mes de abril fue el doctor Zimmerl, diputado católico y presidente de la Dieta de Viena, el que, potenciando la política de la heimwehr, organizó una masiva manifestación contra la municipalidad socialista y contra su política local.
Más de 20.000 católicos y nacionalistas recorrieron Viena sin provocar desorden; pero casi al mismo tiempo los principales jefes de las heimwehren publicaron un manifiesto afirmando que las maniobras de sus fuerzas, al mando del príncipe de Starhemberg, debían ser el inicio de una legalidad que las convirtiera en milicia nacional.
A partir de aquí, y pese a la oposición de Francia sobre todo, la heimwehr repetía constantemente sus afirmaciones de poder, sus enfrentamientos con los socialistas y el empleo indiscriminado de armas, de modo que el Gobierno se vio en la necesidad de mostrar su fuerza. El Cuerpo de Defensa de la República organizó el 14 de abril unas maniobras, con más de 40.000 hombres, con objeto de demostrar a los grupos fascistas que la República contaba con un contingente capaz de mantener el orden.
Tantas y tan repetidas manifestaciones inquietaban en Europa, y esta proclividad militar de los partidos políticos obligó a intervenir a la misma Sociedad de Naciones que se apresuró a mandar al doctor Schober una nota en que recomendaba el desarme por parte de todos los grupos en lucha.
La promesa del canciller de desarmar mediante el instrumento legal oportuno a los grupos o fuerzas ilegales enfrentó de inmediato a las heimwehren con el Gobierno, y más en concreto con el ministerio del Interior del doctor Schumy, que había tomado duras medidas para reprimir cualquier movimiento político revolucionario. Toda acción contra esta militarización fascista resultó inútil. El 25 de septiembre dimitía el gabinete de Schober, y el presidente de la República encargó al vicecanciller la formación de un nuevo Gobierno que quedó constituido cinco días después con la participación de católicos y de las heimwehren, cuyo comandante en jefe, el príncipe Starhemberg, se encargaba de la cartera del Interior.
En medio de una crisis económica y de un desorden social y político grande, los resortes del Estado quedaban en manos de la extrema derecha; y desde principios de septiembre comenzó a planearse el asalto revolucionario al poder.
El nuevo canciller, Herr Vaugoin, en sus años de ministro de la Guerra, había purgado al Ejército de todos los elementos republicanos, y en 1930 la mayoría de los oficiales eran monárquicos de corazón. La policía, tan fiel a la República, actuaba ahora bajo la dirección del príncipe Starhemberg y en la práctica servía a los objetivos de las heimwehren. Se anunciaron elecciones para el día 9 de noviembre y se mantuvo entre tanto un Gobierno católico-fascista dictatorial.
Pese a todo este prólogo y a la oportuna confiscación de los periódicos enemigos del bloque gubernamental, el resultado fue contrario a católicos y fascistas. Con una mayoría socialista de 72 escaños, frente a 66 católicos y ocho fascistas, además de 20 que ganó el grupo del doctor Schober, cayó el Gabinete de Vaugoin, y se mantuvo consiguientemente el enfrentamiento político partidista y la acción provocadora de las heimwehren: manifestaciones, marchas, incendios, etc., que influyeron pese a la inicial dureza del Gobierno.
El peor acontecimiento con que debió enfrentarse fue el atentado contra el rey Zogú de Albania, el día 12 de febrero de 1931, en el momento en que abandonaba el teatro de la Opera de Viena. El delito, tramado por jefes del Ejército albanés en connivencia con extremistas austriacos, se juzgó en el mes de octubre, y los presuntos autores fueron condenados únicamente a siete y tres años de cárcel, síntoma de situación deteriorada.
De la suma de estos hechos, amén de la imposible unión aduanera con Alemania, ya descrita, surgió la crisis en medio del desastre financiero analizado. Las heimwehren supieron aprovechar la desesperada situación financiera para su actividad política.